“De
los desechos, a la reconstrucción de vidas
y formación de ciudadanos”
Muchos de nosotros quizás hemos escuchado algo
de Emaús, y más de alguien traerá a su memoria la
conocida organización que surge en Francia después de la
Segunda Guerra Mundial, dedicada a recuperar lo que se bota, para luego
repararlo y venderlo en los sectores de menores ingresos. Dicho trabajo,
permite a muchas personas acceder a algunos bienes de alto costo en el
mercado a un precio considerablemente menor.
Si nos remitimos a su significado, con el nombre Emaús se denomina
en la Biblia a una ciudad a la que Jesús llega en su peregrinaje,
encontrando a personas sin mayores esperanzas de vida. Tras el diálogo
del encuentro, les quedaba devuelto el impulso y el sentido de sus vidas.
Más cercano de lo pudiésemos imaginar,
en la comuna de Maipú existe también un Emaús, aunque
en él no se recoge y repara bienes materiales. El Emaús
de Maipú es un establecimiento educacional de financiamiento municipal,
que atiende niños y jóvenes entre 7º Básico
y 4º Año Medio, con una serie de características que
le hacen muy particular.
Ingresando desde Pajaritos por Avenida Central hacia
el sur, a poco andar por la vereda poniente, se encuentra el establecimiento.
A simple vista, parece una casa más del barrio. Sin embargo, una
vez que se está adentro, las diferencias surgen a la vista. Se
trata de estudiantes ‘especiales’. Ellos son quienes han sido
expulsados del sistema tradicional de educación, por conducta o
notas, o que simplemente han desertado en algún momento de él
por diversas razones relacionadas con cada una de las particulares historias
de vida, que van desde el abandono parental, el consumo de drogas y la
participación en hecho delictuales.
Es así que tal como existen algunos colegios emblemáticos
que invierten gran tiempo y energía en la selección de sus
alumnos a fin de mantener ciertas categorías relacionadas con el
rendimiento académico, Emaús invierte esa misma energía
y tiempo, en la mantención de sus estudiantes dentro del sistema
educativo. Cosa curiosa podría significar para algunos, en especial
para quienes levantan la bandera del mercado como el mejor modelo educativo
que ofrece ‘gran diversidad’ de alternativas educativas a
‘elección’ de la población, y sobretodo por
la importante cobertura que el modelo ha posibilitado en el país.
Desde allí entonces, ¿cómo podríamos explicarnos
que en medio de este ‘mar de cobertura’ existan estudiantes
que no son absorbidos por las bondades del mercado o que simplemente desertan
de él?.
Sin duda que las particularidades de Emaús resultan,
en gran medida, de la recepción que se hace de todos los niños
y jóvenes que desean proseguir estudios, siempre que exista el
cupo disponible y que no haya posibilidades de estudiar en otro lugar,
es decir, que en los demás establecimientos el estudiante no sea
aceptado debido a sus características personales y/o conductuales.
En otras palabras, quien estudia en Emaús, simplemente, no cumple
con los requisitos que el mercado educativo exige a los clientes postulantes,
como tampoco con el perfil tradicional de ‘quien desea aprender’.
Como se puede imaginar, el trabajo en el colegio no es fácil, y
esto, no sólo por las características de los estudiantes,
sino también por la infraestructura (menos que mínima) con
la que se cuenta. En efecto, el establecimiento no cuenta ni siquiera
con casino, por lo cual los alumnos no reciben ningún tipo de alimentación.
Tampoco, se les otorga pase escolar, a excepción de los cursos
de educación básica (Séptimo y Octavo).
Considerando que se trata de estudiantes con especiales
resistencias ante cualquier proceso educativo, la asistencia diaria es
un tema complejo que se convierte en una verdadera lucha, y no precisamente
por el ingreso vía subvención que reporta , sino porque
resulta ser un buen indicador sobre lo que está ocurriéndole
a cada estudiante. En este sentido, Emaús, lejos de desarrollar
un entrenamiento para rendir las conocidas pruebas de ingreso a la educación
superior, constituye, pese a todas las falencias estructurales y gracias
al trabajo docente, un espacio de contención emocional y de desarrollo
afectivo y social de sus alumnos.
No cabe duda que Emaús, si bien con ciertas particularidades,
también comparte muchos aspectos con otros establecimientos municipales.
Resulta interesante preguntarse, cuáles podrían ser las
diferencias entre quienes asisten a colegios como Emaús y quienes
concurren a los otros establecimientos municipales de la comuna de Maipú.
Para ello, conviene tener presente algunas frases enunciadas por estudiantes
de algunos establecimientos maipucinos que participaron de las movilizaciones
estudiantiles, quienes se autodenominan “la generación que
abrió los ojos” y, más aún, se saben educados
como y para ser mano de obra barata, percibiéndose, por lo mismo,
alejados de los reconocidos dirigentes secundarios que aparecen en la
televisión.
Evidentemente, el cuestionamiento de los temas de fondo sobre la educación
aún no son incorporados por todos los estudiantes no faranduleros
en la discusión. Basta recordar algunas imágenes de los
noticiarios: un periodista pregunta a un estudiante que participa de la
jornada de movilización realizada en calle Pajaritos hace algunas
semanas atrás, el por qué de la protesta. El joven, sin
saber qué decir, llama a algunos de sus compañeros de batalla
para que le ayuden a responder ‘para la tele’, gritándole,
“¿por qué es la protesta cabros?”.
Dentro de este movimiento de protesta, en algunos de
los jóvenes también se presenta, de forma más evidente,
un claro descontento ante la percepción de lejanía que tienen
del actuar de los dirigentes reconocidos como así también
de las decisiones gubernamentales sobre el asunto ‘educación’.
De hecho, muchos de ellos refieren abiertamente que ya no les interesa
que les “sigan ofreciendo café y galletitas en las reuniones
con las autoridades” , sino que “exigen respuestas de verdad”
.
Como se observa, además de diversas opiniones
y posturas, existe una franca sensación de no pertenencia y de
desvinculación con todo aquello que se acerque a lo institucional,
como también respecto de la organización que se percibe
cercana a lo oficial. En ocasiones, esta desvinculación es reflexionada
concientemente por quienes se mantienen organizados, mientras en otras,
en el caso de los estudiantes sin orgánica estudiantil, simplemente
se hace sentir abrupta y espontáneamente a modo de la ‘masa
de pingüinos’ que ataca la propiedad pública y privada
y que morbosa y descontextualizamente muestra la televisión.
Si bien los estudiantes del Emaús no participan
de ningún tipo de organización dentro de la comuna, más
aún, según refieren se sienten literalmente ‘fuera
de todo’ (incluyendo algún tipo de contacto con los demás
establecimientos maipucinos), pareciera ser que las diferencias respecto
a los otros jóvenes, resultan menores que las similitudes. De hecho,
dentro de ambos grupos, los de Emaús y los no Emaús, existe
un sentimiento de desvinculación y no pertenencia a lo socialmente
valorado. Simplemente, pareciera se que la generación de los ‘ojos
abiertos’ hoy está trayendo a la conciencia reflexiva, la
periferia de la que ha sido objeto y sigue siéndolo, ese carácter
no emblemático, no representativo ni simbólico, menos aún,
interesante, para quienes definen ‘lo educativo’.
La necesidad de existencia de colegios como Emaús,
sólo confirma la necesidad de confinar a quienes no resultan fácilmente
adaptables al sistema educativo tradicional. Sin duda que es una forma
a apartar y mantener socialmente escindidos a quienes se ubican en los
extremos de las resistencias ante la oficialidad. Para el caso de los
demás colegios municipales, no sólo de Maipú sino
de la mayoría de las comunas pobres, sin duda que como las resistencias
antisistémicas se expresan de forma menos radical, la masividad
resulta una modalidad económica de mantener el orden social a través
de la segmentación socioeconómica y sociocultural de los
sujetos.
En otras palabras, la masividad de la cobertura resulta
ser un importante dispositivo de control social en la actualidad. Los
establecimientos que escapan a esta lógica, aunque manteniendo
condiciones menos que mínimas para su funcionamiento, lo hacen
porque requieren de una observación mayor y con más detalle
de los cuerpos y los movimientos de los sujetos, como lo es el caso de
Emaús.
Ahora bien, sin duda que la educación puede ser
una herramienta de participación e inserción social, pero
esto sólo cuando existe una intención clara y activa de
que esto así sea. Sin embargo, cuando todo el sistema educativo
está estructurado de tal manera que, tanto la adopción de
objetivos y estrategias se realiza fundamentalmente bajo la consideración
de los intereses mercantiles de un sector nada representativo del país,
cualquier análisis que realicen los ‘especlalistas del tema
educativo’ carece de sentido y no responde a las necesidades de
la mayoría de la población. Asimismo, la relación
que se establece entre dichos objetivos y la población sobre la
que se han tomado las decisiones, se traduce en la consecuente desvinculación
entre la política oficial y la realidad social, es decir, lo que
existe y se percibe en lo social, en la periferia, en los que ‘no
salen en la tele’.
Está claro que para quien esté de acuerdo
con una idea de educación entendida como un tema transversal para
el desarrollo de una nación , es claro que mientras con mayor seriedad,
conciencia y participación se adopten las decisiones, en especial
en relación a la educación pública, esta puede llegar
a transformarse efectivamente en un eje articulador de bienestar y desarrollo
social. Si embargo, para que esto ocurra, la educación debe comprenderse
como una acción integradora y no segregadora, como lo es en la
actualidad en Chile.
Entonces, el asunto no transita sólo por las tan
discutidas, educación de calidad o sobre la calidad en la educación.
Ambas ideas, aunque distintas, confluyen en un punto común e insoslayable:
una educación que se dice tener calidad o que trabaje para ello,
es, en esencia, integración social, por lo tanto no puede no considerar
a aquella población marginalizada de la mayoría de los procesos
sociales, sea este proceso de apartamiento a través de métodos
explícitos, como lo es la selección de alumnos, o por mecanismos
solapados conducentes a la segmentación social de la población
a través de la delimitación de las posibilidades que la
educación genera (o no genera), como es el actual modelo educativo
junto con toda su estructura formal de definición de las políticas
públicas educativas y de financiamiento para privados que negocian
con la educación.
En el entendido de que la educación es, efectivamente, un tema
que afecta transversalmente al desarrollo de cualquier país, idea
en la cual la mayoría de los actores sociales del país concuerdan
(al menos en el discurso que se observa por los medios de comunicación
masiva), la inclusión e integración son elementos que ni
siquiera deberían cuestionarse. Y estas no se logran sólo
incorporando a las escuelas, públicas o privadas, a quienes presentan
algún tipo de discapacidad física o mental construyéndoles
ascensores o salas de educación diferencial más amplias.
En especial, porque la integración no sólo tiene un sentido
clínico y psicopedagógico en términos individuales
, sino que implica la composición y combinación de distintos
elementos , para este caso, distintos sectores y actores sociales que
participan de la escuela.
Sin embargo, cuando la educación constituye tan
sólo un dispositivo de control y de reproducción de la segmentación
social ya existente, la segregación escolar es útil y funcional,
evidentemente, para un ideal particular de escuela: la escuela de mercado.
Por el contrario, la valoración de la escuela como bien social
, siendo entonces un proceso productivo que genera conocimiento e integración
de las personas a la convivencia social, las consecuencias que dicho proceso
posee sobre la constitución y naturaleza de las sociedades es innegable.
Más aún, constituye un espacio de definición de capacidad
política a través de la participación que propicie
(o que no propicie), tanto en el marco de las definiciones de la estructura
educativa, como en el espacio de aula.
Es por lo anterior, que las condiciones de la escuela
no pueden quedar bajo lógica del mercado ni menos moverse en ese
sentido. Si es así, es negar abiertamente a los sujetos la posibilidad
de ser ciudadanos, protagonistas de derechos y deberes, y, con ello, constructores
sociales. Por lo mismo, las definiciones educativas no pueden obedecer
a decisiones bajo llave, en mano sólo de algunos pocos, puesto
que esto se contrapone a la función social que posee la escuela
como formadora de ciudadanos. Por lo mismo, se requiere, por un lado,
de parte de Estado, una acción definitoria clara sobre la educación
adoptando un rol protagonista y no subsidiario y asistencial del tema,
como lo es hoy. Por otro, es necesario de parte de quienes son objeto
de la política educativa, es decir, toda la población, una
acción recuperadora de los espacios educativos y escolares, ocupados
hoy por el mercado.
En cuanto a esto último, la única posibilidad
versa sobre la participación de las personas en acciones reapropiadoras
a través de la construcción de diversas instancias: grupos
y coordinaciones de padres y apoderados, centros de estudiantes, talleres
realizados por padres, talleres y grupos de opinión, reflexión
y discusión, etc.
En relación con lo primero, la necesidad de un
Estado protagonista y benefactor de la educación, sin duda que
éste va mucho más allá de algunas inyecciones de
inversión destinadas a mejorar la cobertura material, la cual ya
es bastante. Más aún, la cobertura debe ser también
social, por lo cual la educación no sólo debe comprender
un espacio de escolarización masiva para la población más
vulnerable como lo ha sido en los últimos 20 años, sino
que, siendo la escuela el espacio que por excelencia forma ciudadanos,
debe constituir un espacio de integración de todos los sectores
sociales. Y esto, en virtud del Estado democrático del cual tanto
hacen hincapié las autoridades. Lo contrario, sólo nos informa
la continuidad de las contradicciones entre el discurso oficial y las
acciones institucionales.
Al comenzar estas letras se ha querido compartir con
ustedes la existencia de colegios como Emaús. Si bien el establecimiento
es el destino de jóvenes para los cuales el mercado educativo simplemente
no brinda ningún espacio, constituye, por las condiciones materiales
para el trabajo pedagógico que existen en la actualidad y pese
a los esfuerzos de quienes allí invierten su energía diariamente,
un lugar de segregación y confinamiento para el control social
de los que no se adaptan fácilmente al modelo, de los más
resistentes a su influjo. La necesidad de existencia de lugares como Emaús
nos recuerda no sólo la necesidad imperiosa de considerar a estos
jóvenes, sino también la responsabilidad social en la existencia
de oportunidades dignas y para todas las personas, y, por supuesto, de
integrarlos a nuestra sociedad.
Cabe señalar que dicha integración adquiriría
un carácter real a medida que todos nuestros jóvenes no
tan sólo sean considerados ‘foco de escolarización’,
sino que también prioridad de educación. En este sentido,
una acción clara del Estado y sus representantes frente al tema
educativo, fundamentada en la democracia y la participación activa
de las personas a fin de dejar atrás la ética del mercado,
nos acercará con voluntad y decisión política hacia
una escuela que sea efectivamente un espacio de ciudadanía, de
respeto, diálogo y encuentro social que acepta y colabora con la
reconstrucción de la vida de muchos niños y jóvenes,
devolviéndoles el impulso, la energía y el aliento para
vivirla.
Observatorio Chileno de Políticas Educativas